OCTAVA EDICIÓN LA CABINA 2015

Buenas intenciones

Entre el 5 y el 15 de noviembre, festival de cine La Cabina, ha celebrado su octava edición: un festival suficientemente raro y particular, centrado exclusivamente en mediometrajes, es decir, en producciones cuya duración se encuentra entre 30 y 60 minutos. Las palabras de su director, Carlos Madrid, ilustran el sentido, difícil de explicar de una selección apenas repetida internacionalmente: “El Festival sigue fiel a su filosofía: historias de ficción de calidad que muestran una manera de narrar no sujeta al imperativo comercial del tiempo”. Pero también había espacio para el documental, en la nueva sección Amalgama, y para las habituales miradas retrospectivas o puramente satíricas. Las sedes eran fundamentalmente la sala Berlanga, del IVAC-La Filmoteca, y el Aula Magna de La Nau, con escapadas al Instituto Francés, a la sala Matilde Salvador o al cafetín Radio City. Los jurados eran dos: uno para la sección oficial (la señora de ARTE Hélène Vayssiéres, el actor Sergio Caballero, los críticos Áurea Ortiz, Javier Tolentino y Pedro Uris, y el coordinador del Aula de Cinema de La Universidad, Pablo Hernández) y otro para Amalgama (José Luis Pérez Pont, comisario y crítico de arte, Sonia Martínez, codirectora de Cine PorVenir, y Elena López, cineasta).

Los programas se estructuraban como sesiones dobles y los franceses nos propusieron títulos discretos, como Le dernier des céfrans / El último gabacho (2015), de Pierre-Emmanuel Urcun o L’île a midi / La isla a mediodía (2014), de Philippe Prouff, basado en Julio Cortázar, Loups solitaires en mode passif / Lobos solitarios en modo pasivo (2014), de Joanna Grudzinska o Superman n’est pas juif (et moi un peu…) / Superman no es judío (y yo, un poco…), de Jimmy Bemon, junto con la entretenida pero superficial Those for whom it’s always complicated / Para quienes es siempre complicado (2013), de Eva Husson, coproducción con Estados Unidos; los alemanes, Alles wird gut / Todo irá bien (2015), de Patrick Vollrath, y las discretas Intermezzo (2014), de Igor Novic, y Zu dir? / ¿En tu casa? (2012), de Sylvia Borges, así como Nocebo (2014), de Lennart Ruff; de Senegal nos llegó Terremere (2014), de Aliou Sow, premio del público; de Chile la insuficiente Hambre (2014), de Carlos Leiva y Carlo Sánchez; de Dinamarca, Lulú (2014), de Caroline Sascha Cogez, la ganadora según el jurado Teenland (2014), de Maria Gratho Sorensen, y Hot nasty teen (2014), de Jens Assur; de Suecia, Kung fury (2015), de David Sandberg; de Noruega, la mejor de todas, la aguda y rigurosa De ter meg du vil ha / Sólo me deseas a mí (2014), de Dag Johan Haugerud; de España, las interesante Uranes (2013), de Chema García Ibarra, H (2014), de Lluís Galter, ambientada en las alcantarillas de los partidarios del borbón Felipe V y la divertida -en coproducción con Irak- A serious comedy / Una comedia seria (2014), de Lander Camarero, con las vicisitudes de un director de festival decidido a crear una comedia en su programación y, sobre todo, dentro del trágico cine irakí; de Reino Unido, el magistral y elegante ejercicio de estilo A running jump / Carrera de obstáculos (2012), de Mike Leigh, Cocoons (2013), de Joasia Goldyn, Wasted (2013), de Cathy Brady, y Keeping up with the joneses / Guardando las apariencias (2013), de Michael Pearce; de Suiza, Petit homme / Hombrecito (2014), de Jean-Guillaume Sonnier; de Estados Unidos, la exagerada Interior. Leather Bar (2013), de James Franco y Travis Mathews, recompensada, como la cinta de Camarero, con una valiosa mención del jurado.

En el apartado documental, donde se podía disfrutar de El último abrazo (2014), del valenciano Sergio Pitarch, obtuvo una mención Dime quién era Sanchicorrota (2013), de Jorge Tur Moltó, premiada en Toulouse 2014, y el reconocimiento del jurado fue para el apasionante y apasionado testimonio El gran vuelo (2014), de Carolina Astudillo, en torno a la activista Clara Pueyo. La Cabina, pues, vuelve a dejar huella de ser un festival imprescindible, arriesgado y reivindicativo, aunque el territorio escogido –sobre todo, en ficción- cause una sensación demasiado profunda de que el mediometraje, muchas veces, no deja de ser una carta de presentación a medio camino entre el cortometraje alargado innecesariamente y el largometraje que no pudo ser.

ANTONIO LLORENS