Una vez le preguntaron a la actriz Ingrid Bergman qué era necesario para que una persona fuera feliz, y ella respondió: “Son necesarias dos cosas: Tener salud y poca memoria”.

Y lo cierto es que tenía toda la razón del mundo, nuestra querida Ingrid. Os preguntareis por qué os cuento esto, qué relación tiene con el cine. Veréis, en más de una ocasión cuando yo he hablado de cine con todo tipo de personas, con gente a la que le gusta mucho o no, y les comento que yo puedo ver según qué películas más de 20 o 30 veces, me dicen: “¡Hala!, pero si ya sabes lo que va a pasar” o “ya sabes el final” o “pero para verla repetida mira otra que no hayas visto”, etc. Entonces me acuerdo de la actriz de Juana de Arco, de sus palabras, y me doy cuenta de que tiene toda la razón del mundo, y que por eso disfruto tanto del buen cine, porque cuando una película es magistral dejo de tener memoria y la disfruto como la primera vez. Y de ellas voy hablar hoy, de esas películas que tienen magia, algo que las hace especiales, a las que yo llamo “obras maestras”. Quiero explicar esos momentos en que uno, por muchas veces que haya visto una película, se sobrecoge igual que la primera vez. No voy a analizar o a explicar el porqué son buenas, la causa que las hace tan importantes en el cine. Simplemente voy a hacer un ejercicio de nostalgia para rememorar esas películas que me hacen tan feliz, que logran que el cine sea maravilloso.

Quiero empezar por uno de los clásicos por excelencia. Como homenaje a Ingrid Bergman elijo Casablanca. ¡Mira que la he visto veces! Pero siempre pienso: “esta vez se queda con Bogart, seguro que no se sube a la avioneta, seguro que no sube…”. El guión está construido de tal forma que hace que siempre sea la primera vez que la ves, es totalmente mágica, y siempre acabo pensando: “La próxima vez se irán a París”.

Otro film que tiene algunos de esos momentos especiales es, por supuesto, Sin perdón, de Clint Eastwood. ¡Qué final, señores! Se puede ver mil veces y sigue teniendo la misma fuerza, ¡qué diálogos! Lean, lean la escena:

- William Munny: ¿Quién es el dueño de esta pocilga? ¿Tú, bola de grasa? Contesta.
- Camarero: Yo soy el dueño. Se lo compré a Grily por mil dólares.
- William Munny: Será mejor que se aparte.
- Little Bill: Baje ese rifle, quieto.
(William Munny dispara su arma contra el camarero, que muere en el acto)
- Little Bill: Es usted un miserable hijo de perra, ha matado a un hombre desarmado.
- William Munny: Pues debería haberse armado cuando decidió decorar su salón con mi amigo.
- Little Bill: Usted es William Munny, de Missouri, el asesino de niños y mujeres.
- William Munny: Así es. He matado mujeres y niños. He disparado sobre cualquier cosa que tuviera vida y se moviera. Y hoy he venido a matarle a usted por lo que ha hecho a Ned. (Dirigiéndose a las personas presentes) será mejor que os apartéis.

No hace falta escribir nada más. Por cierto, me voy a verla otra vez, luego vuelvo, hasta luego. No puedo remediarlo. Es que mi memoria empieza a fallar y no quiero acordarme de cómo termina. Vuelvo enseguida.

……………………………………………………………………………………………………..

Ya estoy aquí de nuevo, ha sido otro de mis momentos de nostalgia. Como lo es Uno de los nuestros (Goodfellas para los amigos).Aquí tengo un dilema. No sé qué escena escoger para vosotros, porque hay mil y todas son buenas. Pero me decantaré por dos. La primera, con su principio muy hitchconiano, con un muerto en el maletero del coche que empieza a dar golpes. Yo me pregunto: ¿Alguien tiene valor de levantarse de la butaca para dejar de ver un sólo segundo de una película que empieza así? ¡Y cómo termina la secuencia! Con una sola frase que le da sentido a todo lo que vamos a ver en el film: “que yo recuerde, desde que tuve uso de razón siempre quise ser un gangster”.

El otro momentazo que he seleccionado es el “baila, Araña, baila” la escena de Joe Pesci con el camarero joven. El simpar Martin Scorsese en dos cortas secuencias nos describe maravillosamente al personaje y el sin sentido de la violencia. ¡Qué grande eres, Martin!

Otro de los momentazos del cine, por el cual debemos tener poca memoria y volverlo a ver una y otra vez, es el de Malcolm Mc Dowell, Alex en La Naranja Mecánica, en la secuencia que entra a robar en la casa de un escritor, y canta la famosa canción de otro peliculón, Cantado bajo la lluvia. Es de esos momentos que, sin pistolas y a lo Tarantino, o sin espadas a lo Bravehart y sin coches explotanto, la violencia se palpa a flor de piel, es tan explícita y llega tan adentro de nosotros que logra a la perfección el objetivo de Kubrick de repudiar la violencia y a los que la ejercen.

Pero sería muy injusto mencionar sólo esta secuencia, ya que Clockwork Orange tiene infinidad de ellas, como el glorioso final en que leemos claramente el mensaje de Stanley: La violencia esta inculcada en nuestra sociedad y es, desgraciadamente, parte de nuestra vida y, por tanto, no tiene solución alguna. Alex, en la cama postrado, dice: “Por fin me he curado” y mil imágenes de violencia flotan en su imaginación… ¡Qué grande eres, Kubrick!

Sin más por ahora os dejo aquí un pequeño vídeo de 250 películas condensadas en dos minutos para que las disfrutéis y descifréis alguna de ellas ya que aparecerán en los próximos volúmenes de La felicidad según Ingrid Bergman. ¡Que lo disfrutéis al ritmo del rock and roll y con sabor a lágrimas de celuloide!



Firmado: Quimet 007