¡Hola una vez más, camaradas! Aquí estoy de nuevo hablando sobre el séptimo arte, que es, como sabéis, una de las cosas que más me gusta hacer.

Hoy es un día especial para mí, ya que os voy a narrar un acontecimiento personal ocurrido hace pocos días. Este hecho ha provocado que descubra que dentro de mí existe un sentimiento especial que yo desconocía.

Lo que he descubierto es que siempre he tenido a un gran amigo y compañero a mi lado que nunca me ha fallado. Él es una parte importante de mi vida y lo será hasta que la muerte me arrastre a otra dimensión. El caso es que no me había dado cuenta hasta ahora. Me explico, el otro día me puse en contacto con un amigo de toda la vida, ya que actualmente trabajo en Sabadell, la localidad donde él reside. Tenía muchas ganas de verlo porque es y será, con diferencia, uno de mis mejores amigos aunque desgraciadamente no nos vemos lo suficiente. Sin embargo, con los buenos amigos el tiempo no parece pasar, siempre da la impresión que los viste un día antes.

Mi amigo, Tomás Dominguez García, quedó conmigo y acompañados por su novia nos fuimos a tomar un café y a hablar sobre el tiempo transcurrido.

¡Acojona la leche, este Chuck Norris!

Y mira por dónde, el cine, nuestro aliado, salía a relucir siempre en nuestra conversación. – ¿Te acuerdas de aquella peli?, ¡Qué bien que nos lo pasamos!, Invasión USA, ¡Qué fuerte!, ¡Y pensar que nos encantaba!, ¿Scorsese?, ¿Hugo?, ¡Donde esté el Martín que conocimos nosotros!, El de “baila, araña, baila”…

Entonces me di cuenta realmente de lo que ha sido el cine en mi vida: Un gran compañero al que no asocio con ningún mal recuerdo. Incluso con las películas malas como Cobra, Desaparecido en combate o Rambo II tienen un encanto especial que me hace sentir bien. Y eso, en los tiempos que vivimos, es mucho. ¡Qué grande es el cine, compañeros!

Una vez se marchó Tomás empezaron todas estas ideas a dar vueltas en mi cabeza. Después de pensar mucho en el tema llegué a la conclusión de que mi compañero celuloidesco no era tan sólo una diversión o un entretenimiento. Era más bien como un hijo al que cuidar y proteger. En ese momento me sentí algo culpable por las ocasiones en las que había criticado ferozmente ésta o aquella película y pensé; “-Bueno, Quimet, tampoco es para tanto”. Estaba en lo cierto. Yo, sin darme cuenta, estaba protegiendo a mi amigo, a mi hijo, a mi sombra, de todos aquellos que le intentaban manchar con películas banales, con productos hechos sin amor, sólo por ánimo de lucro y sin aportar nada, tan solo con la idea de sacar beneficios o satisfacer las necesidades de algún niño pijo con dinero, que dice “bueno, pues ahora voy a hacer un film”. Productos como Piratas del Caribe que, al funcionar su primera entrega, pues ¡venga a hacer partes! Y da igual si son todas iguales. Se trata de vender como si esto, el cine, se tratara de un mercadillo.

Muchos estaréis pensando “Pues Cobra era una mierda”. Y lo es. Pero tiene encanto. Creó un estilo que con el tiempo cobró forma.

¿Quién no ha llevado alguna vez una cerilla en la boca como Cobra?

Y muchas películas buenas de Bruce Willis e incluso muchas de Tarantino existen gracias a trabajos como aquellos, a filmaciones de serie B muy flojas pero que tenían un no-sé-qué que les confería espíritu, alma… Cosa que las diferencia totalmente de los productos comerciales de hoy en día, productos hechos exclusivamente para el consumo. Algunos los asocian a la falta de imaginación, otros a los cambios tecnológicos. Yo lo asocio a la puta pasta, a los empresarios robotizados por el dinero. Y eso pasa también en el fútbol, en la tele, etc. Pero donde a mí más me duele es en el cine.

¿Dónde están esas salas de 500 butacas, cines como el Palacio Balañá, El Alcázar o El Fémina? ¿Dónde están? Ahora son ratoneras con 3D y gafas llenas de legañas. La peli la ponen dos semanas y no importa si, mira tú que casualidad, es buena. Ya no es rentable. La cambian por otra y punto. ¡Venga, a por más pasta! Sin ton ni son…

Yo siempre he dicho que gastar dinero viendo un concierto de Bob Dylan o Sabina, o volver a ver de reestreno La naranja mecánica, no es gastar el dinero sino utilizarlo de una forma muy diferente porque le damos alma al dólar.

Así pues, por culpa de mi amigo Domínguez y a causa de haber acudido con él al Palacio del cinema a ver una de las partes de Indiana Jones, no le voy a dar cuartelillo a ningún producto que no aporte nada de vida al celuloide. Voy a ser feroz con mierdas al estilo de los vampiros pijos de Amanecer y voy a defender a capa y espada filmes como Origen de Nolan o El demonio bajo la piel de Winterbottom. Porque, camaradas, gracias a ellos el cine todavía existe, si no lo creéis id a ver Punch Drunk Love de Paul Thomas Anderson y me confirmaréis que aún se os escapan Lágrimas de celuloide.




“El cine todavía existe”

Dedicado a todos mis amigos de la infancia.